Condenados by Glenn Cooper

Condenados by Glenn Cooper

autor:Glenn Cooper [Cooper, Glenn]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-07-14T04:00:00+00:00


16

La mañana del día previsto para el primer reinicio del MAAC desde la partida de John Camp, Henry Quint estaba de un humor de perros. De momento había esquivado la petición de renuncia que le había hecho la ministra Smithwick, pero no sabía cuánto tiempo podría seguir en el cargo. Y además, toda esperanza de hacer un intercambio perfecto, Camp y Loughty por Woodbourne y Duck, se había ido al garete porque no había ni rastro de Woodbourne.

Con solo una hora por delante, llamó a Trevor y a Ben Wellington a su despacho. Confiaba en que se sacaran un conejo de la chistera, pero sus miradas pesarosas le confirmaron las malas noticias.

—Lo siento —murmuró Trevor—. Todavía no hay novedades.

Quint no les invitó a sentarse.

—Increíble. Permítame que le haga una pregunta, señor Wellington. ¿De verdad el MI5 es tan incompetente que es incapaz de localizar en su propio país a un tío muerto que huele como un pedazo de carne podrida?

Ben mantuvo la frialdad y respondió:

—Woodbourne podría estar en cualquier parte. El coche de los Fraser ha aparecido quemado en Manchester. Tal vez el fugitivo esté allí, tal vez no. No tenemos un solo testigo que lo haya visto. Podría estar literalmente en cualquier sitio. Hemos organizado la mayor cacería humana de la historia de Inglaterra, en la que están participando todos los cuerpos policiales del país, y un número elevado de nuestros agentes también han sido asignados a esta misión. Por desgracia no hemos dado con él a tiempo para esta primera fecha límite, pero lo atraparemos.

—¿Y si no lo consiguen?

—En esta operación hay muchas incertidumbres. No tenemos ni idea de si Camp sigue vivo y operativo, si hay esperanzas de que encuentre a la doctora Loughty y, en caso de lograrlo, si conseguirán volver al punto señalado.

A Quint no le gustó nada que le cambiaran de tema.

—No puedo evitar preguntarme si el FBI no sería más eficaz en este asunto que todo su despliegue.

Ben se puso rígido ante la observación.

—Eso nunca lo sabremos, ¿verdad? —replicó.

—Tal vez sí, tal vez no. Le he pedido a Leroy Bitterman que sondee la posibilidad de enviar un equipo del FBI desde Washington. El primer ministro no debería rechazar un caballo regalado por el presidente de Estados Unidos.

—Eso excede mis competencias —añadió Ben, muy tenso.

—Sí, así es. —Quint se levantó—. Los veré abajo, caballeros.

Duck no quería salir de la cama. Delia, su vigilante, llevaba una semana con él en esa suite sin ventanas y estaba harta y ansiosa por sacarlo de allí. En su segunda visita a la habitación esa mañana se había vuelto a rociar con su perfume más fuerte, para contrarrestar el desagradable olor, y le había agarrado el pie con suavidad a través de la colcha.

—Vamos, Duck. Ya es la hora pasada. No querrás perderte el desayuno, ¿verdad?

—No quiero ir —replicó desde debajo de la colcha.

—Ya hemos hablado de esto, cariño. Me temo que no tienes elección. Tienes que volver a tu mundo.

—Pero me gusta este. Me gustan los vídeos, los cómics y la comida.



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